Rumania tiene una historia trágica que la llevó a tener una tasa de abortos sin precedentes. Después de sufrir la opresión y el asesinato a mano de los nazis, los rumanos debieron soportar el horror de la policía secreta, los campos de trabajo forzado y las ejecuciones por disentir con el ascenso al poder del dictador Nicholas Ceausescu en 1965.

Por motivos maliciosos, el régimen de Ceausescu prohibió el aborto. Decimos motivos maliciosos porque Ceausescu no tomó esta medida porque quisiera defender el derecho a la vida de todas las personas nacidas y no nacidas, sino porque deseaba tener un ejército más grande y contar con recursos humanos adicionales para servir a los propósitos del Estado. Impuso una multa mensual a las mujeres solteras mayores de 25 años y a las parejas casadas sin hijos. Exigía que se practicaran exámenes ginecológicos a las mujeres en el trabajo. Los abortos espontáneos eran «investigados». A modo de castigo, a las personas solteras se les imponía un impuesto y se las consideraba como ciudadanos no aptos.

El día de Navidad de 1989, Ceausescu fue derrocado y asesinado por la población indignada. Se liberaron de su dictadura eliminando todas las restricciones sobre el aborto. De hecho, la legalización del aborto fue la primera nueva ley promulgada bajo la nueva autoridad rumana. En un año (1990), el 76 % de todos los embarazos terminaron en aborto.

Pero hay signos de esperanza. En un principio, la tasa de abortos en 1990 era de 236,08 (abortos por cada 1000 mujeres de 19 a 39 años); sin embargo, para 1995 había disminuido a 118,88. Actualmente, la tasa ha bajado a 19,07.

Ora para que esta tendencia continúe mientras los líderes cristianos y las personas influyentes proclaman audazmente el valor de la vida humana (intrínseco, equitativo, singular y eterno) como el fundamento justo y verdadero por el cual se debe proteger y nutrir la vida humana por nacer.